El Cofre de Oro

Al fin habían llegado, El glorioso galeón ancló a la deriva, el capitán Drake se agitaba entre el musgo, iluminando con un candelabro de bronce; grutas oceánicas y vírgenes, saturadas de algas y humedad. Otros, entre ellos minotauros y algunas sirenas de tiempos en que los hijos de los hombres admiraban en gran manera la melena de Absalón, se acercaban junto a él…

Afuera el cielo estaba impregnado de un atmósfera morada y encantada, adentro del alma la incertidumbre pasillaba. El temor hacia lo anhelado pero en fondo deseado, el misterio de lo desconocido, aunque en largas noches bajo cánticos en proa y popa, soñado…

Drake vaciló un momento, la duda lo estremeció al ver el cofre con rostros de figuras humanas talladas en sus esquinas y su centro, al final de esa larga cueva, digno escenario de tal aventura. Otros piratas se acercaron con asombro, pero ninguno se atrevió a tocarlo. No entraban luces allí, pero el cofre estaba extrañamente iluminado. Las manos del capitán Drake se acercaban lentamente, y con ciertos temblores. Todas las fábulas ahora pasaban a velocidades altas por su mente…

Cuando se escuchó la voz arrugada y humilde de un anciano pirata preguntarle:

¿Crees que algunos cofres de oro están malditos? Así como algunos bienes que se pueden conseguir en la vida…

-Daniel Gómez

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